lunes, 29 de octubre de 2007

LA INTEGRACION LATINOAMERICANA COMO BASE DEL DESARROLLO ECONOMICO Y SOCIAL DE LA REGION

En América Latina, los procesos de integración se han venido desarrollando de manera multilateral desde finales de la década del sesenta con la creación del Grupo Andino (GRAN/CAN), hasta finales de los años ochenta y principios de los noventa, con la transformación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) y la creación, entre otros, del Mercado Común Centroamericano (MCCA), Mercado Común del Caribe (Caricom), Grupo de los Tres (G3) y Mercado Común del Sur (Mercosur). La actual dinámica de integración debe tender, así, hacia la consolidación de estos grupos subregionales y la asociación de estos entre sí.

Nuestro objetivo es tratar de reflexionar cómo, en los actuales supuestos políticos y económicos mundiales, la consolidación y avance de los diferentes procesos de integración en América Latina debe suponer, a nuestro entender, no sólo un objetivo político y económico a mediano plazo, acorde con el marco internacional actual y alternativo al neoliberalismo triunfante, sino un instrumento de desarrollo social -ante la búsqueda conjunta de objetivos de crecimiento e integración- económico, educativo, cultural y jurídico, además de una buena estrategia de enfrentar con posicionamientos comunes y consensuados, las relaciones con otros países o grupos de referencia, como los EE.UU. y la Unión Europea, respecto, por ejemplo, a sus propuestas de Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA) y de Asociación de Libre Comercio América Latina y la Unión Europea.

Así pues, no es tanto un exhaustivo análisis económico que, por supuesto, preferimos dejar en manos de sus especialistas, sino un acercamiento reflexivo a dos fenómenos actuales que inciden directamente en nuestras sociedades, como son la mundialización de la economía y el nuevo regionalismo.

El camino hacia la globalización e integración regional.

Hoy en día, debido -entre otros- al desarrollo mismo del sistema capitalista, la economía mundial ha trascendido los esquemas tradicionales basados en el intercambio comercial entre naciones, dando paso a un nuevo esquema de comercio a escala planetaria en donde los verdaderos actores económicos, las empresas multinacionales, desplazan su poder de inversión a aquellos ámbitos económicos más favorables que les permitan mejores condiciones de seguridad y competencia, independientemente de su vinculación nacional.

Como antes decíamos, paralelo a esta tendencia globalizadora[1], con un discurso neoliberal según muchos, se están presentando procesos de conformación de bloques económicos concebidos como estrategia para lograr una mejor posición en la competencia por el mercado mundial. Esta nueva situación, consolidada en los últimos años, se traduce en la creación de Convenios Internacionales, con objetivos estrictamente comerciales y diferentes alcances, pero cuyo propósito común es, en términos generales, permitir unas mejores condiciones económicas para un adecuado desarrollo comercial de los países que lo suscriben[2].

En este sentido, pero con un carácter mucho más amplio, significativo e, incluso diríamos, histórico, muy relacionado con el concepto de desarrollo (económico, social y humano)[3], debemos destacar los procesos de integración regional y subregional de la Unión Europea (UE), la Comunidad Andina (CAN) y el Mercosur.

Los países europeos desde los años cincuenta y los latinoamericanos una década más tarde, fueron desarrollando esquemas integracionistas donde lo económico era el núcleo fundamental, pero no único. El modelo europeo de integración, con una primera unión aduanera y mercado común, fue seguido por algunos países latinoamericanos tras años de diferentes esquemas, entre el panamericanismo de la OEA, el bolivarismo de la izquierda revolucionaria y el monetarismo de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). Sin embargo, como todos sabemos, aunque estos dos proyectos, europeo y latinoamericano, pudieran tener coincidencias en los objetivos principales, las circunstancias históricas, políticas, económicas y sociales no eran las mismas.

El modelo de integración europea recogido en los Tratados constitutivos de las Comunidades Europeas (CCEE), ahora Unión Europea (UE), se desarrolló desde unos claros principios políticos y económicos. La experiencia de la Segunda Guerra Mundial y el establecimiento de nuevas condiciones para la paz fue la base política del acercamiento entre enemigos históricos como Francia y Alemania. La puesta en marcha de intereses comunes en materia de producción industrial (Tratado de la CECA, Comunidad Europea del Carbón y del Acero), primero, y liberalización comercial después (Tratado de la CEE, Comunidad Económica Europea), sentaron las bases económicas del proceso. La integración como modelo de paz y desarrollo económico y social para las naciones de Europa occidental se convirtió en un proceso histórico con no pocos obstáculos y definiciones.

Tras la firma de los Acuerdos de Breton Woods en 1944 y la entrada en vigor del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), cuatro años más tarde, la internacionalización de la economía y del comercio se convirtió en la base de las relaciones internacionales de posguerra. El proteccionismo nacionalista que siguió a la Gran Depresión del año 29, que había caracterizado los años anteriores al conflicto mundial, fue sustituido en los decenios cincuenta y sesenta (radicalmente en unos casos, paulatinamente en otros) por un nuevo panorama global, caracterizado por un nuevo modelo, no sólo de economía sino también de Estado, donde los movimientos de capitales, las magnitudes de los intercambios comerciales y el desplazamiento de otros elementos, como la mano de obra, dieron paso a un inusitado crecimiento económico-comercial en los países más industrializados, entre ellos los de Europa occidental.

Sin embargo, esta nueva etapa del modelo económico capitalista basado en la internacionalización, por tanto interdependencia de las relaciones económicas y comerciales, no significó la transferencia natural de este crecimiento a los países en desarrollo. Por el contrario, se acentuó el desequilibrio en términos del intercambio comercial, respecto de la natural discriminación derivada del juego desigual en la concurrencia de oferentes y demandantes, en virtud de variantes como precio-ingreso, grados de solidez estructural o dotaciones de recursos, por mencionar sólo algunas. Pronto, las dislocaciones y desequilibrios que este nuevo orden económico producía empezaron a ser perceptibles no sólo en la digamos tradicional dicotomía centro-periferia (ahora Norte-Sur), sino también en el desarrollo e intercambio de los propios países industrializados, incluso en la misma Europa.
[1]Anthony Giddens señala en su libro Les consequénces de la modernité que la globalización "puede definirse como la intensificación de relaciones sociales planetarias, que aproximan a tal punto los lugares distantes que los acontecimientos locales sufren la influencia de hechos ocurridos a miles de kilómetros y viceversa". L´Harmattan, Paris, 1994, pág. 70.
[2]Sería una manifestación de esta tendencia, entre otras, la conformación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA), del Espacio Económico Europeo (EEE) y de la Asociación Económica de Países del Sureste Asiático (ASEAN). El proyecto de Iniciativa para las Américas (ALCA) se inscribiría también en este ámbito.
[3]Cuando hablamos de desarrollo somos conscientes de que éste es un concepto de las ciencias sociales que, aunque no cuenta con una definición mundialmente aceptada, sí define, según los ámbitos (económico, social, cultural, tecnológico), el crecimiento de sus propias capacidades. El concepto de desarrollo humano, más amplio e integral, se ocuparía, siguiendo las consignas del Plan de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUP), del desarrollo de las capacidades humanas y de su utilización productiva y creativa para aumentar el crecimiento, de una búsqueda del desarrollo de las personas, para las personas y por las personas, lo que implica la generación de oportunidades económicas para todos bajo un enfoque participativo. No es el desarrollo en términos cuantitativos, sino cualitativos. La meta es el desarrollo de la gente, de las personas, del conjunto de la sociedad.

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